viernes, 3 de abril de 2015

Economía compartida, una posible solución a la crisis financiera

La transacción de bienes y servicios sin intermediarios sigue ganando adeptos en el mundo.

Los principios de la economía compartida han existido por cientos de años. Sin embargo, en la década pasada estos conceptos se revalorizaron gracias al uso de internet y los dispositivos móviles.
Los principios de la economía compartida han existido por cientos de años. Sin embargo, en la década pasada estos conceptos se revalorizaron gracias al uso de internet y los dispositivos móviles.

En el invierno del 2012, Kevin Petrovic, de 20 años, estaba discutiendo con su amigo Rujul Zaparde, de la misma edad, acerca de las compañías de economía compartida, aquellos servicios que incluyen trueque de bienes e intercambio de servicios entre particulares.
Ambos se dieron cuenta de que el compartir autos era una frontera que ya había sido explorada. “Sin embargo, como viajero frecuente, me percaté de que no había ninguna compañía que facilitara el servicio de autos compartidos en los aeropuertos”, relata Petrovic.

Ambos emprendedores declinaron ofrecimientos de Harvard y Princeton para dar vida a FlightCar, una compañía que permite a otros usuarios utilizar el vehículo de otra persona mientras está de viaje. El sistema es simple: el dueño del automotor y FlightCar se contactan en línea y, cuando llega el momento de viajar, el propietario se dirige a los estacionamientos de la firma donde los encargados revisan su vehículo, le toman fotos y chequean su kilometraje. Luego, el cliente es llevado al aeropuerto y, mientras está lejos, la empresa pone a disposición el automóvil para aquellos que quieran ocuparlo por el tiempo que dure su periplo. Según FlightCar, el negocio es redondo: el dueño no tiene que pagar por dejar su auto estacionado y gana dinero por un bien que no está ocupando. Por su parte, el arrendatario accede a tarifas mucho más bajas.
Desde que empezó a funcionar en el aeropuerto de San Francisco (California), el crecimiento de FlightCar ha sido exponencial: hoy, sus servicios abarcan diez aeropuertos de Estados Unidos e incluyen 50.000 usuarios. “Hemos tratado de trabajar con cada aeropuerto para asegurar una alianza exitosa”, dice Petrovic. “El consumo colaborativo trae beneficios a los usuarios y ahorra dinero para ambos lados de la transacción. Los jóvenes son los primeros que tienden a adoptarlo”.
Cambio de mentalidad
¿Por qué pagar por algo que se puede arrendar más barato a través de internet y sin intermediarios? Ese es el principio básico de la economía compartida, un gigantesco rango de servicios en línea que conecta a dueños de recursos subutilizados –carros, habitaciones, bicicletas, electrodomésticos, entre otros– con personas dispuestas a pagar por ocuparlos.
La oferta va desde firmas populares y consolidadas como Airbnb –un mercado comunitario para publicar y reservar casas– hasta Uber –la red de transporte que conecta pasajeros con conductores de vehículos a través de una aplicación móvil–. Pero también se ha diversificado a rubros más específicos, como la custodia de perros (Rover.com), el arriendo de instrumentos musicales (SparkPlug.it) o la invitación a comer en casas privadas (EatWith.com).
Para algunos expertos, este modelo representa una alternativa válida al sistema económico tradicional. Según Rachel Botsman –autora del libro Lo que es mío es tuyo: el auge del consumo colaborativo (2010)–, el valor del mercado de alquiler de consumidores particulares alcanza los 26 billones de dólares. “Es un modelo construido sobre redes de personas conectadas, quienes crean, distribuyen y consumen pasando por alto las instituciones tradicionales”, afirma. Los principios de la economía compartida –tales como trueques, cooperativas y alquileres– han existido por cientos de años. Sin embargo, en la década pasada estos conceptos se revalorizaron gracias al uso de internet y los dispositivos móviles.
“Creo que la crisis financiera de la última década ayudó a empujar los servicios de economía compartida al foco de atención”, dice Beth Buczynski, autora del libro Compartir es bueno: cómo ahorrar dinero, tiempo y recursos a través del consumo de colaboración (2013). “Para sobrevivir, las personas hicieron cambios drásticos en su estilo de vida. Necesitaban formas más convenientes y eficientes de acceder a los bienes y servicios, al igual que otras de generar ingresos”. Para algunos expertos, este modelo es el reflejo de una tendencia clara: la mayoría de los jóvenes buscan alquilar servicios, en vez de invertir y poseer un activo. “Muchos activos se han vuelto más caros o menos útiles, en términos relativos, de lo que eran hace algunos años”, opina Charles Arthur, periodista del diario The Guardian.
Ejemplo emblemático
Creada en el 2008 en San Francisco (California), Airbnb es uno de los ejemplos emblemáticos del modelo de economía compartida. Para los fundadores Brian Chesky, Joe Gebbia y Nathan Blecharczyk, la premisa inicial era simple: ¿para qué buscar hoteles costosos si puedes encontrar un lugar más barato e interesante, proporcionado por individuos iguales que tú? Hoy, la firma funciona en 192 países y es usada por unas 425.000 personas cada noche.
Cuando apenas era un proyecto, Airbnb fue rechazado por varias entidades de capital de riesgo, pero hoy está avaluada en 13 billones de dólares, casi la mitad de la cadena hotelera Hilton.
Al igual que otros emprendimientos, la clave de su éxito es internet, que permite transacciones entre personas que no se conocen, basado en la confianza que da el sistema de calificación y rating por sitios como eBay. De esta forma, los responsables de firmas como Airbnb califican a sus arrendatarios y estos últimos califican su estadía. Así, los clientes pueden tener una idea de la calidad del servicio.
“La generación millennial (nacidos entre 1980 y el 2000) ha expresado su falta de confianza en los operadores tradicionales y está ansiando una alternativa. Varias encuestas indican que los consumidores más jóvenes tienen más confianza en las reseñas de sus pares que en las opiniones de los expertos”, asegura Christoffer Hernæs, vicepresidente de Estrategia, Innovación y Análisis del grupo SpareBank 1, la segunda mayor institución financiera de Noruega.
Según el experto, la mayoría de los servicios asociados con la economía compartida se basan en la conveniencia y la facilidad de acceso. Y en muchos casos su mayor beneficio es la destrucción de modelos de negocio ineficientes y obsoletos. “El consumo colaborativo está impactando las empresas existentes (...). Para las compañías que han fracasado en renovarse con el tiempo, la economía compartida representa una fuerza disruptiva que está desafiando el manual estratégico de los mercados. En algunos casos, las plataformas colaborativas crean un equilibrio de oferta y demanda. Para algunos, este modelo puede proveer un segundo ingreso”, dice.
Un buen ejemplo de esto es Bellhops, una compañía de mudanza activa en 143 ciudades estadounidenses. La mayoría de sus 5.000 trabajadores son estudiantes o deportistas reclutados de reputadas instituciones.
En vez de lidiar con un montón de papeles y dinero en efectivo, la misión de la compañía es reducir los costos y dificultades de una mudanza a baja escala a través de un proceso automatizado. De esta forma, los clientes agendan con un pequeño depósito en su tarjeta y, al llegar a la casa, los trabajadores marcan su hora de inicio de trabajo en sus smartphones y, luego, hacen lo propio con su hora de salida. “No aceptamos dinero en efectivo, porque queremos proporcionar el proceso más ágil y simplificado posible –opina Cameron Doody, uno de los fundadores–. Los jóvenes esperan precios bajos, transparencia y una experiencia humana cuando reservan servicios en la economía compartida. Y tú debes ser capaz de reservar desde tu smartphone, por supuesto”.
Los beneficios más notorios e inmediatos del consumo colaborativo incluyen el ahorro de dinero, tiempo y recursos. Para Buczynski, sin embargo, uno de los principales es el establecimiento y la reconstrucción de los vínculos entre las personas y las comunidades en las cuales viven.
Una de las iniciativas que más destacan es Couchsurfing, una comunidad masiva de alojamiento y cuyo foco inicial no estaba en el intercambio de dinero, sino en fomentar los vínculos sociales. “Compartir nos permite ver a los demás como vecinos, amigos y un sistema de apoyo –sostiene–. Cuando nos damos cuenta de que casi todo lo que necesitamos puede ser proporcionado por nuestra comunidad, nos volvemos más responsables y autosuficientes”.
Los peligros y la falta de regulación
A la par del crecimiento de la economía compartida surgen los cuestionamientos sobre su seguridad y responsabilidad legal. En múltiples ciudades –incluidas Londres, París y Bogotá–, los conductores de taxi han protestado ante la presencia de Uber, alegando que escapa de las regulaciones. Por su parte, Airbnb recibió una multa de 30.000 euros en Barcelona por incumplir las reglas regionales que rigen el alquiler de propiedades, y hoy libra una batalla legal en Nueva York ante la presión del sector hotelero, que aduce una presunta competencia desleal. ¿Deben aplicarse impuestos a los modelos de negocios de la era de internet? “Los problemas surgen cuando los reguladores intentan tratar a Uber como una compañía de taxis y a Airbnb como una cadena hotelera. Ese enfoque es inapropiado”, sostiene Matthew Feeney, analista de política del Instituto Cato, de EE. UU. “En lugar de tratar a estas empresas de tecnología como si fueran compañías de taxis y hoteles, los legisladores deben otorgarles a estas últimas más facilidades para competir”, añade.
Según Beth Buczynski, autora del libro ‘Compartir es bueno’, las cooperativas, librerías y círculos de intercambio de ropa, comida, bicicletas y niñeras, entre otros, son los ejemplos más útiles del consumo colaborativo. “Mientras compañías como Uber y Airbnb solo estarán de moda por unos pocos años –por las dificultades regulatorias o cambios en el interés del consumidor–, las soluciones compartidas fuera de internet y a nivel de barrio seguirán creciendo –advierte–. La gente está redescubriendo lo que se siente al ser la solución, en vez de depender de una gran corporación para que les venda esa solución, y no creo que vayan a renunciar a eso en el corto plazo”.
Ejemplos en Colombia
1. Lugares de descanso con múltiples dueños
El Zuana Beach Resort, en Santa Marta, es un ejemplo emblemático en materia de propiedad compartida para vacaciones, en el país. Cada suite es ofrecida a varios compradores, que luego tienen derecho a ocuparla en fechas establecidas. El proyecto Guaduales del Café, en Montenegro (Quindío), es otro de los modelos de consumo colaborativo.
2. Cupos en carros para repartir gastos de viajes
Desde julio del 2014, la aplicación brasileña Tripda ofrece en el país la opción de viajes compartidos en carro. Los conductores inscritos, bajo ciertos protocolos de seguridad, ofrecen cupos en sus vehículos para compartir los gastos. Por ejemplo, se pueden hallar cupos entre Bogotá y Girardot por unos 12.000 pesos.
3. Variedad de servicios ligados a la confianza
La rigurosidad de los portales de economía compartida para escoger la oferta de bienes y servicios, y la calificación de los usuarios constituyen el eje central del éxito de este modelo de negocios. En portales como consumo colaborativo.com se ofrecen en Colombia servicios de parqueadero, trasteos, transporte de pasajeros o mercancía, turismo, entre otros.

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