sábado, 5 de noviembre de 2016

Puede esta tributaria tener carácter estructural?

Juan Manuel López Caballero

Lo estructural no proviene de algo sobreviniente sino de una condición de tiempo atrás, en la que tanto los mecanismos como la orientación del sistema tributario han tenido cuestionamientos.

A simple vista y en cualquier dominio pensaría uno que los criterios de ‘urgencia’ y de ‘crisis’ como fenómenos de coyuntura se contradicen con la noción de ‘estructural’.
El Gobierno no parece compartir esta opinión y pretende o nos dice que se puede adelantar una reforma tributaria que responda a todas esas condiciones al mismo tiempo.
Interesante ver las características de cada una y ver hasta dónde puede volverlas compatibles la que ahora se presenta.

Respecto a la urgencia, pocas dudas hay de su existencia desde que el mismo ejecutivo acude a la figura de ‘mensaje de urgencia’ para presentarla ante el Congreso. La urgencia es económica y evidente en cuanto la baja de los ingresos por la caída de los precios del petróleo y la reducción de las exportaciones en general han producido una disminución no prevista en el ritmo del crecimiento económico y un desfase astronómico en los ingresos esperados ($23 billones).
En cuanto a la crisis política causada por el inesperado resultado del NO en el plebiscito, parece haber sido más el pánico que las consecuencias, pues todo apunta a su inminente solución, aunque faltan debates sobre el absurdo de incluir en el texto de la Constitución todo el documento del Acuerdo y el invento del fast track. O, más correctamente, parece trasladarse al terreno del trámite de la Reforma, puesto que la necesidad de los apoyos para esa renegociación se reflejará en mayores exigencias de parte de los diferentes sectores del Congreso.
Y el aspecto estructural, como su nombre lo indica, no proviene de una situación sobreviniente sino de una condición de tiempo atrás, en la que tanto los mecanismos como la orientación del sistema tributario han tenido cuestionamientos de fondo. En particular el enfoque fiscalista de simples equilibrios presupuestales, olvidando la función redistributiva que debe cumplir. Esto se ha agravado con las dos reformas padecidas bajo este gobierno –medidas de urgencia y supuestamente transitorias de ‘impuesto a la riqueza’ e ‘impuesto al patrimonio’– y figuras innovadoras (¿improvisadas?) –como el CREE– que deben ser corregidas.
Vale recordar que el movimiento independentista americano se inició cuando la Corona Inglesa intentó crear un impuesto sobre el té a su colonia. Desde entonces, para el modelo democrático de gobierno ha sido un principio fundamental el ‘no taxation without representation’: ningún impuesto puede crearse por poderes diferentes al de los representantes del pueblo. Es en manos del Congreso que queda la Reforma y no necesariamente tiene este la misma visión ni la misma actitud ante el proyecto de ley que se le propone.

Al momento de este escrito aún no se conocen los argumentos que utilizará el Gobierno como motivación para la urgencia, pero podrían corresponder a la situación ya conocida del desequilibrio en las finanzas del Estado. Parecería válido, pero no para justificar una reforma estructural. Corresponderá al ejecutivo explicar la relación entre la necesidad de la reforma estructural (de la cual nadie duda) y la urgencia que la justifique, y al Congreso evaluar si en efecto esa justificación es válida y coherente.
En cuanto a la salida esperada de la crisis, el Congreso deberá asumir la pérdida de sus funciones en lo que atiene a las ‘facultades habilitantes’ y la legislación que podrá emitir el Presidente autónomamente… pero eso también es probable que lo cobren en las negociaciones sobre las nuevas medidas fiscales.
No parece fácil que el Congreso ‘trague entero’ la reforma que se pretende. Podría ser que –como muchos piensan– por razones de ambiciones personales, o de intereses particulares busquen sacar el mayor provecho de su carácter de última instancia en este trámite. O puede que por simple responsabilidad consideren los congresistas que es su deber conocer, entender y decidir a fondo sobre lo que se les presenta.
A lo largo de los pasados seis meses se ha avisado de la intención de sacar adelante algún proyecto, soltando globos sobre las diferentes posibilidades para ver las reacciones que se producían. Al vaivén de las dificultades que aparecían se adicionaban nuevas formas de contribución. El estudio –ese sí en principio serio– de reforma estructural comisionado a un grupo de sabios fue relegado u olvidado para quién sabe cuándo. Pero lo que a ambos tipos de congresistas les puede parecer ‘la cereza del pastel’, en cuanto a asumir que su posición no cuenta, es la última improvisación del ‘monotributo’ (presentado como ‘mico’ a última hora, sin tiempo siquiera para conocer su verdadera proyección, merecería llamarse el ‘micotributo’).
No es improbable que el Gobierno acabe retirando el proyecto ante la imposibilidad de lograr esa cuadratura del círculo, donde tanto los propósitos contradictorios e incoherentes como la relación con el Congreso tenderían a que el trámite ‘de urgencia’ del posible nuevo esquema fiscal traiga más problemas que soluciones (como ya se está viendo).

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