Con algunos riesgos, el ajuste de la economía marcha por buen camino. ¿Qué se requiere para culminarlo?
Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia.
Medido por la profundidad de los desbalances macroeconómicos en que incurrió la economía colombiana, como consecuencia del descenso del precio del petróleo y de otras materias primas entre 2014 y 2016, el tamaño de su desajuste fue similar al que tuvo lugar como efecto de la crisis asiática entre 1997 y 1998. Sin embargo, fue menor que el desajuste causado por la crisis financiera internacional de 2007-2009.
Según los datos del Panorama Económico Mundial del Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras que el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos llegó a -5,3% del PIB en 1999 y el del Gobierno General a -4,5% del PIB en 1997, el primero alcanzó -6,4% y el segundo -3,5% del PIB en 2015. En contraste, los desbalances de la cuenta corriente y del Gobierno General cayeron apenas a -3% y a -3,3% del PIB en 2010.
A pesar de las similitudes, una diferencia fundamental entre el ajuste que llevó a cabo la economía nacional al final del siglo pasado y que el acomete en la actualidad es que en aquella oportunidad tuvo lugar una profunda y prolongada depresión, mientras que ahora apenas hay un riesgo de estancamiento de la actividad económica. Hasta el momento son pocos los que vaticinan que tal amenaza se materializará.
Sin embargo, en la coyuntura actual el repunte del crecimiento de la economía podría resultar menos dinámico que después de la crisis financiera internacional de 2007-2009, por varias razones. Una de ellas es la ausencia de fuentes dinámicas de demanda.
Otro obstáculo para acelerar la actividad económica es que el espacio para la implementación de estrategias contra cíclicas, que puedan estimular el gasto doméstico, no es muy amplio.
En la actualidad la política monetaria tiene la necesidad de alinear las expectativas de inflación con las metas.
Al mismo tiempo, la política fiscal tiene la urgencia de acometer una consolidación de las finanzas públicas, que contribuya primero a estabilizar la deuda y después a fortalecer la solvencia del Estado.
Una tercera dificultad para lograr una dinámica expansión sostenida de la economía es que su capacidad de crecimiento en el mediano plazo disminuyó.
Acaso el último impedimento sea que no se espera una mejora pronunciada de los términos de intercambio, que le dé a la economía una gran capacidad de gasto.
En el desajuste de 1997-1998 el acceso del país a los mercados financieros internacionales se cerró de manera drástica, mientras que hasta ahora eso no ha ocurrido. En contraste con ese episodio, en esta oportunidad la estrategia de ajuste de las autoridades ha permitido conservar el grado de inversión para la deuda pública y preservar la confianza de los inversionistas internacionales, que siguen financiando al Estado y al sector privado.
Además, la extrema laxitud de la postura monetaria en las economías avanzadas, desde la crisis financiera, ha mantenido una gran liquidez en los mercados internacionales de capital. Gracias a ella la financiación externa ha permanecido abundante y barata.
Las bajas tasas de interés externas también han alimentado el apetito por riesgo de los inversionistas, que ahora diferencian mejor las ventajas comparativas de las economías emergentes. Por ello están en capacidad de canalizar sus ahorros hacia aquellas que tiene estabilidad institucional y eficaces marcos de política económica.
En la depresión del final del siglo pasado en el país, la escasa financiación externa forzó un cierre apresurado del desbalance en la cuenta corriente, que entre 1998 y 1999 pasó de -4,1% a 0,6% del PIB.
En las actuales circunstancias el estrechamiento de la cuenta corriente ha sido gradual, gracias a la holgada financiación proveniente del exterior. A pesar de que disminuyó el caudal de la inversión directa, se pudo compensar de manera parcial con una mayor inversión de portafolio y un crédito externo más alto.
Debido a que en ese episodio el déficit público no se redujo con prontitud, la inversión privada se tuvo que contraer de una manera drástica para que el desbalance en la cuenta corriente se acomodara a la escasez de la financiación externa. Eso redujo de manera pronunciada la tasa de inversión.
En el ajuste actual la inversión en capital fijo ha disminuido, pero su tasa no se ha reducido de una forma significativa. Además, el resultado del PIB en el primer trimestre del año sugiere que el flujo de inversión tiende a estabilizarse pronto.
A semejanza del ajuste motivado por la crisis financiera internacional, pero en contraste con la depresión de final de siglo, en la coyuntura actual el mercado laboral ha tenido resiliencia, por lo cual hasta ahora el desempleo no se ha incrementado de una manera sustancial. Sin embargo, el urbano tiene síntomas de una desmejora incipiente.
Como en los otros desajustes, el aumento de los desbalances macroeconómicos en el último condujo a un incremento de las deudas externa y pública, que junto con los menores ingresos desmejoró la solvencia de la economía.
Por tal motivo, para preservar la confianza de los inversionistas, conservar el grado de inversión y mantener un acceso amplio y barato a la financiación externa, con el fin de evitar una recesión, las autoridades implementaron un ajuste que ha sido eficaz.
Foto: Mauricio Cárdenas Ministro de Hacienda y Crédito Público.
Quizá un programa de ajuste pueda entenderse como una estrategia orientada a disminuir los desbalances macroeconómicos a magnitudes sostenibles, con el fin de mejorar la solvencia de la economía, junto con la aceleración de la actividad económica y un aumento de la capacidad de crecimiento potencial.
El programa requiere un plan de consolidación fiscal, que obstaculice al mínimo la expansión del gasto privado, sobre todo de la inversión, para no perjudicar la dinámica de la actividad económica.
Además, cuando la capacidad de crecimiento de la economía ha desmejorado, se precisa también introducir reformas estructurales para aumentar su competitividad, de manera que resulte más fácil la acumulación de factores productivos y el incremento de su productividad.
Por tanto, tal vez se pueda concluir que hasta ahora el ajuste en la coyuntura actual marcha de acuerdo con el plan, pero que no ha concluido. Las políticas monetaria y fiscal frenaron la demanda interna, con lo cual estrecharon el desbalance externo. Ahora se requiere disminuir el déficit público, para lo cual el gobierno se apega a la regla fiscal.
Los analistas y las calificadoras llamaron la atención sobre las dificultades para cumplirla, por el optimismo de los supuestos del Gobierno y su exceso de confianza en el incremento de los ingresos, por una disminución de la evasión. Sin embargo, no se debería dudar de la utilidad de ese instrumento, que obliga al gobierno a mantener moderado su desbalance y a preservar la solvencia del Estado.
Foto: Juan José Echavarría, Gerente del Banco de la República.
Como parte del ajuste en marcha es necesario dinamizar el crecimiento, para lo cual en el corto plazo se precisa estimular la demanda. Con este propósito, el Banco de la República está relajando la postura monetaria, en la medida en que la convergencia de la inflación y las expectativas a la meta lo permiten. Al mismo tiempo, el Gobierno, con el beneplácito del Comité de la Regla Fiscal, suavizó la consolidación de las finanzas públicas, pero mantiene unas metas estrictas para llevarla a cabo. Cumplirlas le abrirá un mayor espacio a la inversión privada.
Quizá el énfasis se debe poner ahora en llevar a cabo las reformas estructurales que permitan mejorar la competitividad y aumentar la productividad de la economía, para restablecer su capacidad de crecimiento.
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