Colombia lleva 4 años en un proceso de desaceleración continua y 2017 fue uno de los más duros. La incertidumbre se tomó el país.
Hace un año se pensaba que difícilmente podría repetirse un periodo más complejo que el vivido en 2016: un Fenómeno del Niño que amenazó con repetir el racionamiento de principios de los 90; el paro camionero que bloqueó al país; el efecto que estos dos hechos tuvieron en la inflación, que la llevó a cifras cercanas a 10%; un nivel de tasas alto que encareció los créditos, un déficit de cuenta corriente desbordado, y todo ello sin los ingresos petroleros que tuvo Colombia en años anteriores. Y, para cerrar ese año, el Gobierno, ante la amenaza de perder el grado de inversión, impulsó una reforma tributaria que aumentó el IVA y buscó ajustar las cargas fiscales.
Esto, con un debate electoral –por las elecciones de Congreso y Presidente– que empezó más temprano de lo habitual y en medio de las discusiones en torno a los acuerdos de paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana, el triunfo del No en el plebiscito de octubre de 2016 y los ajustes al acuerdo que fueron refrendados en el Congreso. Bajo ese escenario, el país creció en un modesto 2%.
Sin embargo, cualquier situación es susceptible de empeorar y 2017 mantuvo una preocupante desaceleración de la economía. El año empezó con el escándalo de corrupción de Odebrecht, que paralizó la locomotora de la infraestructura, pues hasta mediados de diciembre no se habían registrado cierres financieros en más de 20 proyectos. Después se conocieron otros hechos como el "Cartel de la Toga" e innumerables denuncias que convirtieron a la corrupción en el antipersonaje del año en el país.
Además, el efecto de la reforma tributaria se hizo sentir en el consumo y la baja dinámica en el comercio y la industria. A ello se suma la implementación de los acuerdos de paz, que duró más de lo previsto. Y para terminar, Standard and Poor’s (S&P) recortó la calificación de Colombia, ante la poca flexibilidad fiscal y externa, y el bajo crecimiento económico. Ahora hay dudas sobre el escenario futuro, las metas fiscales y sobre la posibilidad de que las otras calificadoras sigan la ruta de S&P.
Lo cierto es que Colombia lleva 4 años en un proceso de desaceleración continua y 2017 fue uno de los más duros. La incertidumbre se tomó el país. La mezcla de una coyuntura difícil en materia económica con el ajuste que se hizo tras la destorcida de los precios del petróleo, la discusión en torno a las normas del posconflicto, los escándalos de corrupción, la inseguridad jurídica y el debate electoral han conducido a la polarización, golpeando el principal activo en la economía: la confianza.
A pesar de ello, la esperanza está puesta en 2018. El crecimiento proyectado, cercano a 2,5% (frente a entre 1,6% y 1,8% de este año), aunque no es desbordado, podría reflejar el punto de quiebre para recuperar la senda de crecimiento que necesita el país y volver a incrementos cercanos al PIB potencial de 3,5%.
Para Corficolombiana, el crecimiento estará impulsado por una lenta recuperación de la inversión, del consumo de los hogares y de las exportaciones, mientras el gasto público se desacelerará para cumplir con el ajuste fiscal que exige la Ley de Regla Fiscal.
Lograr esa cifra de crecimiento para 2018 no será una tarea fácil, aunque hay señales que podrían generar optimismo. El Índice de Confianza del Consumidor que mide Fedesarrollo está a punto de cumplir dos años en terreno negativo, pero en algunos meses de este año ha cambiado la tendencia y ya en los hogares la cifra está en negro.
Habrá una especial expectativa sobre los sectores que pueden jalonar la economía. Los ojos están puestos en la infraestructura, no solo por el avance en las concesiones de Cuarta Generación (4G) y las iniciativas privadas, sino también en el desarrollo de obras en ciudades como Bogotá y Medellín. También en la inversión petrolera que, a diferencia de los recortes que se registraron en los años anteriores, podría aumentar, y a una moderada recuperación en el sector de la construcción de edificaciones.
Adicionalmente, hay buenas perspectivas en materia de turismo, que hoy ya es el segundo generador de divisas, y al entusiasmo que ha generado el sector agropecuario que, en medio de la desaceleración, ha impulsado la economía. En el caso de la industria, se espera que empiece una nueva reactivación, movida por el consumo interno –por la reducción de tasas, menor inflación y más confianza en los hogares– y un mejor comportamiento de la demanda en los mercados internacionales.
El año que empieza trae una coyuntura inédita: tendrá una agenda electoral nutrida en el primer semestre, pero también será necesario definir el rumbo en un nuevo escenario de posconflicto. La incertidumbre ha llevado a muchos empresarios a aplazar inversiones y esperar el desarrollo electoral e, incluso, la implementación de los acuerdos.
Ante la reducción en la calificación de S&P y la posibilidad de que las otras calificadoras opten por esa misma decisión, será necesario estar muy atentos a las propuestas económicas de los candidatos, la viabilidad de las fórmulas fiscales que presenten y del recorte del gasto, así como la forma en que abordarán reformas pendientes como la pensional, laboral, salud y hasta una nueva tributaria, que los analistas dan por descontada. El reto es lograr que en 2018 no se repita la historia de este año y que el país vuelva a recuperar la confianza y aleje los vientos del escepticismo.
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