viernes, 17 de noviembre de 2017

Sin trampas no hay paraísos

Los Paradise Papers deberían prender las alarmas sobre los verdaderos riesgos que pueden estar incubándose en las cautivas y los seguros de educación.

Secretismo y total ausencia de transparencia son unos de los ingredientes constitutivos de un “paraíso fiscal”. Atributos que fueron determinantes para hacer factibles las mayores estafas de la historia reciente y que permitieron incubar y transmitir la influenza financiera del sub prime (créditos a personas con elevado riesgo de no poder pagar, empaquetados a través de oscuras entidades y vehículos).

Bernard Madoff y Enron les costaron a sus inversionistas US$65.000 millones y US$78.000 millones, respectivamente. La crisis de 2008, según la estimación del centro de Estudios Fiscales de Inglaterra, le representó una pérdida promedio de 25.000 libras, casi $100 millones, por hogar.

Dos aspectos fueron determinantes para estas conflagraciones: la carencia de terceros que garantizaran la custodia de los activos financieros que debía haber respaldado las inversiones en cuestión y el ofrecer productos financieros con base en estudios de riesgo que omiten aspectos esenciales de la población con la que trabajan.

Dada la complejidad de estos asuntos varios ejemplos son necesarios. En el fraude del fondo Premium, al igual que Bernie Madoff, los Jaramillo y Ortiz invertían los recursos del fondo en activos que ellos mismos custodiaban. Un administrador financiero serio compra activos que un tercero, reputado, custodia y da fe de su existencia. Nada más fácil que imprimir informes para inversionistas que describan rendimientos de 8% o 10% si uno jamás tiene que demostrar dónde están esos títulos y acciones y el soporte técnico de su valoración.

Engañar gente es muy fácil, todos queremos creer que encontramos la forma de hacernos ricos sin esfuerzo. Siempre ha existido la ilusión de que, si logramos ser aceptados en esas roscas exclusivas de los que conocen la alquimia de hacer fortunas algo se nos pegaría. La imagen de esa multiplicación, no de panes, sino de billetes, yates, aviones privados, obras de arte, mansiones y mujeres hermosas, obnubila y deja en manos de la codicia, el buen juicio. Y los prestidigitadores saben que ostentar riqueza, hablar en compleja jeringonza financiera, con una pizca de arrogancia, son su poción mágica para venderse como genios en el arte de las finanzas.

Las cautivas pueden ser abusadas por estos falsos magos financieros y ya es hora de que la Superintendencia le pare más bolas a este asunto. Aunque su razón de ser y propósito es loable, la oscuridad en el manejo, custodia de sus activos y destino final del dinero requiere un urgente baño de luz y transparencia. Es decir, una respuesta urgente por parte del Gobierno que garantice la rendición de cuentas de estos vehículos. El argumento de que podemos confiar en el control y regulación de esas jurisdicciones es mentiroso. La evidencia es contundente, ¡No son juiciosas al momento de vigilar! Miren los fondos en Caimanes que le mandaban dinero a Madoff o el Bank of Credit and Comerce International que lavó los activos de todo tipo de pillos, incluido el Dictador-General Manuel Noriega o el Banco de Odebrecht en Anguila para pagar sobornos, o los US$7.000 millones que Allen Stanford tumbó a los evasores de impuestos de Latinoamérica a través de su Banco/pirámide, en Anguila.

No obstante el riesgo de abusos de estos instrumentos, también hay que entender que estas facilitan un responsable manejo financiero al permitir reducir el costo de seguros de riesgos poco frecuentes y muy costosos. Por ejemplo, en Colombia nuestras violentas y miopes guerrillas vuelan los oleoductos, torres de transmisión de energía, subestaciones, etc. Sinestros tan frecuentes y costosos, cuyo riesgo es tan alto que nadie está dispuesto a asegurarlos.

La corrupción local entre contratistas, políticos y guerrillas ha hecho de las voladuras a los oleoductos un negocio y forma de vida de miles de personas y la impunidad recurrente prolonga en el tiempo este absurdo. A ISA, EPM y Ecopetrol les toca adaptarse a esta realidad y responsablemente vienen ahorrando parte de sus utilidades para poder cubrir estos costos año a año. Las cautivas tienen ese propósito, son un vehículo que maneja inversiones rentables, con bajo riesgo, con la condición de que tiene que poder volverlas efectivo cuando toque cubrir los costos de una voladura o incidente menor. Como pueden ver, la idea es lógica y sana, pero aquí el diablo está en los detalles: el manejo del dinero y la rendición de cuentas sobre este.

Y en el caso de los fondos para la educación, igualmente una gran idea, es relevante revisar los estudios técnicos sobre el impacto del cambio tecnológico que vivimos sobre la creciente necesidad de los estudios universitarios de calidad. El título universitario va a representar en el mercado laboral lo que para nosotros era el ser bachiller, el mínimo de los mínimos a los que todos tienen que aspirar. Además, si el país se vuelve serio y acaba las universidades de garaje, el costo de asegurar estudios universitarios se debería disparar. Por todo esto los seguros de educación pueden llegar a tener serios problemas en el futuro.

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